Una parte de los problemas medioambientales y sociales que afronta la humanidad están relacionados con la cría de 1.400 millones de animales en explotaciones ganaderas que ocupan casi una cuarta parte de toda la masa terrestre del planeta.
La destrucción de millones de hectáreas de bosque virgen tropical en América Central y América del Sur, para aumentar el área de pastizales, está provocando la desaparición de especies enteras de plantas, así como docenas de especies de pájaros, mamíferos y reptiles. Las técnicas empleadas en la ganadería intensiva causan la pérdida irreparable de la capa fértil del suelo.
Mientras el hambre mata a millones de personas por carecer de los cereales que se dedican para alimentar al ganado, otros tantos mueren a causa de las enfermedades que se generan con el consumo de carne de animales alimentados a base de cereales.
La cría intensiva de peces en jaulas, tanques o celdas marinas es una práctica mundial desde hace cientos de años, similar a la cría intensiva de animales terrestres, tanto en los métodos utilizados -restricción de movimientos, alimentación controlada, manipulación-, como en la crueldad y la falta de respeto y consideración hacia los intereses y las necesidades de otros seres vivos, que mueren atrapados y ahogados en las redes que impiden a las focas, aves, delfines, marsopas, etc., el acceso a los peces aprisionados. Los acuicultores acostumbran a disparar a menudo contra las focas, garzas y cuervos marinos -incluso contra animales protegidos como las nutrias- que se acercan a comerse «sus» peces, y se estima que sólo de este modo mueren 3.000 focas en Escocia cada año.
Lejos de ser la panacea que algunos proponen, la acuicultura -un sistema de explotación intensiva de peces y animales marinos totalmente dependientes y propensos a las enfermedades, causadas por el estrés, las manipulaciones y el confinamiento- es una industria tecnológicamente dependiente, cuyos devastadores efectos sobre el paisaje y la naturaleza, se deben también a la introducción de especies foráneas y agentes patógenos en el medio ambiente, y que requiere en todas las fases de explotación -para acelerar el crecimiento de los peces- piensos, fertilizantes y medicinas que alteran la composición química del agua y degradan su calidad.
Más de la tercera parte de los peces capturados no se dedican directamente al consumo humano, transformándose mayormente en harina de pescado o piensos para otros animales, con un coste por kilo muy superior al de otras materias primas vegetales: la producción, por ejemplo, de 1 kilo de pollo alimentado con harina de pescado requiere la captura de 90 kilos de peces que mueren, tras una lenta agonía, a causa del shock, asfixiados, estrujados y aplastados por el peso de otros peces en las redes, congelados vivos en alta mar a 196 grados bajo cero, o enterrados vivos en sal o troceados como las anguilas.
La eliminación de viejos manglares para la cría del camarón está causando un daño ecológico irreparable en algunas partes del planeta. Los peces, al escapar de sus jaulas, pueden transmitir a los que viven fuera sus enfermedades, y los que han sido manipulados genéticamente pueden también criar con ellos. Un estudio llevado a cabo por el Centro de Investigación de la Pesca de los EEUU, sobre 40 especies de peces ya extintos, descubrió que las especies introducidas contribuyen a eliminar el 68% de las especies nativas.
La práctica del veganismo es la forma más directa de colaborar a proteger el medio ambiente; siguiendo una dieta vegana, por ejemplo, gastamos menos del 10% del agua necesaria para alimentar a alguien que se alimente de carne.